Monasterio de Santa María de El Paular
Todavía hay un valle
y una tarde serena.
Y lejos, una campana
que suena en la serena
tarde, todavía.
El Real Monasterio de Santa María de El Paular fue durante 450 años un monasterio cartujo, desde su fundación en 1390. Actualmente, desde 1954, es una abadía benedictina. Está situado en el municipio de Rascafría, en la vertiente madrileña de la Sierra de Guadarrama, en la Comunidad de Madrid (España).
Por orden de Enrique II de Castilla las obras de construcción del cenobio cartujano dieron comienzo en 1390 y se prolongaron durante varios siglos. Fue la primera fundación de la orden de San Bruno en Castilla. La ubicación fue elegida por el monarca y, según cuenta la tradición, decidió que el monasterio fuese de la orden cartuja debido a que, durante la guerra en Francia, su ejército había incendiado un monasterio de la misma orden. Enrique II se ocupó de señalar a su hijo, que reinaría como Juan I de Castilla, el lugar exacto de la construcción, junto a una ermita que se conocía como Santa María de El Paular. Esta ermita aún sobrevive hoy aunque rebautizada como Capilla de Nuestra Señora de Montserrat.
El proyecto contaba con tres edificios: el monasterio, la iglesia y un palacio para uso y disfrute de los reyes. En sus inicios se dieron cita diferentes maestros y arquitectos como Rodrigo Alfonso, que intervino también en la Catedral de Toledo, el morisco Abderramán, a quien se debe el refectorio gótico-mudéjar y Juan Guas, responsable del atrio y la portada de la iglesia y del claustro de los monjes, que cuenta con un templete octogonal muy característico que alberga en su interior una fuente. Un siglo después, a finales del siglo XV, Juan y Rodrigo Hontañón trabajaron en El Paular. La portada de acceso al patio del Ave María en el palacio se debe a Rodrigo Gil de Hontañón.
La iglesia tomó forma final durante el reinado de Isabel la Católica (1475–1504) y es la parte más sobresaliente de todo el conjunto. La reja que separa los fieles de los monjes fue realizada por el fraile cartujo Francisco de Salamanca y es una obra maestra en su género. La sillería del coro se repuso en el año 2003 en su actual y original ubicación, que en el año 1883 había sido trasladada a la Basílica de San Francisco el Grande de Madrid. Esta sillería, de madera
de nogal, fue tallada en el siglo XVI por el segoviano Bartolomé Fernández, que también fue el creador de la sillería de la iglesa del monasterio de El Parral en Segovia.
Lo mejor, sin embargo, es el retablo, realizado a finales del siglo XV en alabastro policromado. Recrea una serie de 17 escenas bíblicas con un extraordinario detalle. Según parece, fue una obra ejecutada en Génova, de donde la mandó traer su donante, Juan II de Castilla, aunque otras fuentes apuntan a que fue labrado in situ por artistas de la escuela de Juan Guas durante la última década del siglo XV. Así podría demostrarlo la gran cantidad de desechos del mismo alabastro que el del retablo que se arrojaron al patio de Matalobos para terraplenar determinado lugar (algunos parcialmente labrados) y que han aparecido con motivo de recientes obras. Está perfectamente conservado, y recientemente ha sido objeto de una cuidadosa limpieza, que le ha devuelto todo su esplendor. En la actualidad, para separar en la nave de la iglesia las partes antes reservadas a monjes y a conversos, se han instalado dos grandes pinturas de Luis Feito (Madrid, 1929) que despegan, tal vez, del entorno.
Por encargo del prior Juan de Baeza, entre los años
1626 a 1632, Vicente Carducho —coetáneo de Velázquez
y como él pintor regis— pintó para los 54 huecos del claustro del Paular
otros tantos grandes cuadros sobre la vida del fundador de la orden, San Bruno de
Colonia, así como la historia de la orden cartuja, que constituyen
una página de gloria de la pintura universal. Tras la desamortización en 1835, fueron arrancados y
repartidos entre diversos museos e instituciones, pero sorprendentemente se
conservaron en España casi todos: 52. Los dos que faltan fueron quemados
durante la guerra civil por los republicanos en Tortosa,
Tarragona,
en cuyo Museo Municipal se hallaban depositados.
Tras la devolución de los dos coros, obra de Bartolomé Fernández, que se custodiaban en la basílica de San Francisco el Grande
de Madrid, quedaba la hermosa tarea de conseguir la restitución al claustro
cartujano de los cuadros de Vicente
Carducho. El Museo del Prado guardaba el mayor número de ellos, 17,
seguido del Museo Provincial de La Coruña, 14. En el verano de 2006 finalizó lo
que parecía imposible: la restauración de los 52 cuadros del ciclo. Ello se
logró merced al tesón del estudioso alemán Werner Beutler, a la decisión de los
responsables del Museo del Prado —en especial Leticia Ruiz—, y al ingente y
perfecto trabajo llevado a cabo por las restauradoras del estudio ROA durante
seis años. Téngase en cuenta que cada uno de los 52 «mediopuntos» mide 3,45 x
3,15 metros, y que el estado de conservación de casi todos era deplorable. Tras
las importantes obras de restauración y climatización del claustro, culminó en
verano de 2011 un sueño actual de la historia del arte: el retorno de la serie
cartujana de Vicente Carducho a su sitio, el claustro de la Real Cartuja de
Santa María del Paular.
Sobre este tema existe una espléndida monografía
publicada en español en 1998 por Werner Beutler: Vicente Carducho en El
Paular, 1998, editorial Verlag Locher, Köln. En ella, el autor detalla la
vida de Carducho, la historia de la cartuja del Paular, y estudia uno a uno
—aportando reproducción fotográfica— todos los cuadros del ciclo, analizando
sus vicisitudes hasta nuestros días, el tema del cuadro y sus características
pictóricas. Esta obra ha sido completada con un opúsculo del mismo autor,
titulado El retorno de Vicente Carducho a El Paular, editado en 2006 con
texto en español y alemán; opúsculo en el que narra y actualiza la gran
aventura que está a punto de culminarse. Y en efecto, el 28 de julio de 2011
fue reinaugurado el claustro mayor del Paular, una vez que fueron colocados
cada uno de los 52 "medio-puntos" en sus lugares de origen; dando por
terminada felizmente esta auténtica aventura artística y religiosa.
Varias versiones reducidas de estos cuadros,
creídas modelos previos, se guardan en la Quinta de Selgas de Cudillero
(Asturias), abierta al público como museo y gestionada por la Fundación Selgas-Fagalde.
Las capillas y el tabernáculo forman un conjunto que se comenzó en 1718, reformando la antigua capilla de forma ochavada que existía para la exposición
y adoración del Santísimo. El autor del proyecto de conjunto fue el cordobés Francisco Hurtado Izquierdo (1669–1725),
que ya en 1702
había realizado el Sagrario de la cartuja de Granada, y es una de las obras
barrocas más bellas de España. Comprende por una parte el tabernáculo o
transparente propiamente dicho, que es una estructura exagonal que alberga un
Sagrario monumental, construido en 1724 con mármoles de colores extraídos en canteras de Cabra,
Priego de Córdoba, Granada
y serranía de Córdoba. En él se colocaba una gran
custodia barroca de 24 arrobas de plata, realizada por el
cordobés Pedradas y que ocupaba el centro del tabernáculo, desaparecida
probablemente durante la «Francesada». Y por otra parte, una capilla octogonal con
cuatro capillitas y tres altares. En ellas se conservan tallas representando a
diversos santos: Santa Catalina, Santa Águeda, San Juan, Santa Lucía, San Inés
(entre las de San Joaquín y Santa Ana), así como las de los santos cartujos:
San Bruno de Colonia, San Nicolás Albergati, San Hugo de Lincoln, y San
Antelmo. La mayoría de estas tallas se deben a Pedro Duque y Cornejo (1677–1757), también
autor de la célebre sillería del coro de la catedral de Córdoba, con quien fueron
contratadas el 20 de mayo de 1725. El resto son del
vallisoletano Pedro Alonso de los Ríos. La parte
pictórica, de la que hoy quedan pocos restos, la ejecutó, en 1723, el bujalanceño
Antonio
Palomino como final de su carrera.
La Sala Capitular es una pieza rectangular cubierta
con tres tramos de bóveda de ojivas. Durante la restauración del siglo XVIII,
se colocó un falso entablamento adornado con angelotes y frutos policromados,
así como con un escudo de Castilla en el muro occidental.
Posee un retablo también de estilo barroco, obra de
Churriguera,
con seis columnas salomónicas en el cuerpo central, adornado con angelotes y
profusa vegetación. Presidía el retablo una bella estatua de San Bruno (hoy en
la cercana iglesia de Rascafría) acompañado por San Hugo y San Antelmo, que
siguen en sus respectivas hornacinas. Actualmente ocupa la capilla central del
retablo una imagen de la Inmaculada que antiguamente estaba situada en la parte
superior del arco de separación entre los coros de los hermanos y los monjes en
la iglesia mayor del monasterio. En la parte central superior destaca la
Crucifixión de un gran dramatismo.
Refectorio
Junto a la iglesia y el edificio del monasterio,
los monjes cartujos poseían una extensa parcela de tierra que cultivaban con
esmero y varios talleres artesanos. Durante siglos los monjes de El Paular
explotaron eficazmente la pesca en el río Lozoya,
los bosques de los alrededores, rebaños de ovejas y dos batanes, uno para la
sierra de madera y otro para fabricar papel. Desde el siglo XV al siglo XIX
casi todo el valle del Lozoya dependió en gran parte de la
actividad agrícola, industrial y comercial del monasterio.
En el siglo XVII trabajaban en el batán del papel
40 obreros, y en él se fabricaron los pliegos de papel en los que —en el taller
de Cuesta, en 1604— se imprimió la edición príncipe del Quijote.
En el lugar donde se levantaba este batán existió hacia 1950 un albergue de la
Sección Femenina, del que no quedan hoy más que ruinas. Lo que aún puede
observarse, junto a una alameda que termina en el puente del Perdón, son los
restos de los estanques y caceras que abastecían de agua a estos molinos.
En 1835 la desamortización de Mendizábal afectó de
lleno al monasterio y la orden Cartuja fue exclaustrada. Buena parte de las obras de
arte que el monasterio contenía se perdieron entonces, como, por ejemplo, los
retablos y altares que decoraban las paredes de la iglesia y los miles de
libros que albergaba su magnífica biblioteca. Ya sin monjes que ocupasen el
claustro, en 1876,
poco después de que Alfonso XII ascendiese al trono, el gobierno
declaró al Real Monasterio de Santa María de El Paular como Monumento Nacional,
lo que, probablemente, salvó al edificio de la ruina total. En 1918, la Dirección
General de Bellas Artes creó la «Escuela de Pintores del Paular», dirigida por Enrique
Simonet, que becaba la estancia de pintores durante los meses de
verano en las antiguas celdas. Por entonces, esas celdas medio derruidas
cobijan en verano también a hombres como el historiador Ramón Menéndez Pidal o el poeta Enrique de
Mesa, y el monasterio comienza a ser el centro neurálgico de la
actividad científica y montañera de los hombres de la Institución Libre de
Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos. Y al calor de
ésta, en 1913 se funda la Real Sociedad de Alpinismo Peñalara,
que hará de la torre entonces desmochada del Paular emblema de su revista
mensual.
Durante la Guerra Civil, Rascafría
y el Paular fueron ocupados por tropas del ejército republicano, que quemaron
la iglesia del pueblo (como las de todos los pueblos del valle del Lozoya) y
destrozaron lo poco que quedaba en la cartuja. Así, en el jardín del claustro
existe un sepulcro de piedra con cubierta a dos aguas, que contenía los restos
del obispo de Segovia don Melchor de Moscoso, que lo fue hasta su muerte en
1632, sepulcro que fue destapado y saqueado. Pasada la guerra, y sumido ya en
el abandono, en 1954
el gobierno del general Franco cedió el monasterio en usufructo
vitalicio a la orden benedictina (en la escritura de cesión a los benedictinos
se dice textualmente «al no haberse podido hacer cargo de ella la orden de los
cartujos»). Y según ello, vinieron doce monjes procedentes de la abadía de Valvanera, en La Rioja, queriendo hacer del Paular un centro
de expansión de religiosidad y de cultura desde el espinazo de España. Comienza
entonces un plan de restauraciones que continúa en la actualidad. Ocho monjes
de la orden de San Benito mantienen hoy vivo el viejo cenobio.
En la actualidad los monjes siguen ocupando una
parte del monasterio, la que queda a la izquierda de la iglesia. El palacio se
reconvirtió en un hotel. Tanto el monasterio de El Paular como sus alrededores
son destino habitual de los habitantes de Madrid para escapar
de la ciudad. Frente al monasterio se encuentra el Arboreto Giner de los Ríos y el Puente del Perdón, construido en el siglo
XVIII, que salva el curso del río Lozoya.
Puente del Perdón
El entorno de El Paular es privilegiado desde un
punto de vista natural. Al hecho de estar rodeado por montañas que superan los
2.000 metros de altura, se suma la generosa vegetación que tapiza el fondo del
valle, compuesta por árboles de hoja caduca tales como robles, fresnos o
álamos.
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